La Sombra Del Guerrero

Cuando escribo mis historias, mis protagonistas no son héroes inquebrantables ni deidades reencarnadas en cuerpos perfectos. No poseen poderes extraordinarios ni dones divinos que los hagan invencibles. Son, en cambio, seres humanos con más defectos que virtudes, con dudas y miedos que los persiguen a cada paso. No están destinados a la gloria, sino que se ven arrastrados a un camino que les exige más sufrimiento que felicidad.
El guerrero que protagoniza mis relatos no es el elegido por un destino brillante; es aquel que carga con su propia sombra. En su andar, enfrenta desafíos que no siempre puede vencer, toma decisiones que a veces lo llevan por sendas oscuras y se debate entre el deseo de huir y la necesidad de avanzar. Su lucha no es solo contra enemigos externos, sino contra sí mismo, contra sus propias debilidades y contradicciones.
La épica de estos personajes no reside en la certeza del triunfo, sino en la aceptación de sus propias sombras. No son símbolos de perfección, sino espejos de la humanidad en su estado más crudo. Cada caída, cada fracaso y cada herida son marcas que los definen, que los convierten en guerreros no por su fuerza, sino por su resistencia.
En cada historia que escribo, la única verdad absoluta es que no hay héroes luminosos sin sombras que los acompañen. Porque en el fondo, la única imagen que un verdadero guerrero puede ver reflejada es su propia sombra.
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