El acto de escribir: Un privilegio y una responsabilidad

Uno de los mayores privilegios que he tenido en mi vida es ser editor editorial. Tener en mis manos una ópera prima o una novela nueva de un escritor es una experiencia fascinante. Es como ser el primer testigo de un universo recién creado, un mundo que cobra vida palabra por palabra. Sin embargo, junto con la emoción de descubrir estas nuevas obras, a menudo me encuentro con textos que carecen de una estructura sólida o de una narrativa bien trabajada. Pareciera que el acto de escribir no recibió el tiempo ni la dedicación necesarios para madurar.

Escribir es un proceso. No es un acto inmediato ni una tarea que pueda completarse apresuradamente. Todo comienza con una chispa: una idea, una sensación, una imagen fugaz que enciende la creatividad. A partir de ahí, el mensaje, los personajes, las tramas y los arcos narrativos comienzan a vislumbrarse, tomando forma con el tiempo. Es un proceso que exige honestidad y sinceridad, sin apuros ni pretensiones.

Si realmente queremos crear historias que dejen una huella, debemos darle al acto de escribir el tiempo y la paciencia que merece. Escribir una historia no es una carrera de velocidad; es un trabajo de artesanía, un tejido delicado que se construye paso a paso. Cada palabra, cada frase, cada capítulo debe ser revisado, leído y, en muchos casos, reescrito.

El acto de escribir también requiere investigación y reflexión. No basta con tener una buena idea; debemos ser claros sobre hacia dónde queremos llevar nuestra historia y qué impacto deseamos generar en nuestros lectores. Esto implica hacer consultas, profundizar en los detalles y construir un mundo coherente y creíble.

La próxima vez que decidas escribir un cuento o una novela, te invito a que lo hagas con calma. No te distraigas con la urgencia de terminar o con el deseo de contar todo de una sola vez. Permite que tu historia se despliegue lentamente, como un paisaje que el lector descubrirá paso a paso. Dale a tu obra el tiempo que necesita para respirar y florecer.

Escribir no solo es un privilegio; es también una responsabilidad. Es un acto de comunicación, de conexión, de compartir una parte de nosotros mismos con el mundo. Y, como tal, merece lo mejor de nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación.

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