Una de las experiencias más hermosas de escribir es el proceso de preparación que se lleva a cabo antes de darle forma a una historia. La trama, aunque crucial, no tiene sentido sin sus personajes. Son ellos quienes nos guían a través de la narrativa, quienes sufren junto a nosotros en sus desgracias, aprenden de sus errores y comparten esos momentos felices que nos tocan el corazón.

La creación de un personaje es una de las facetas que más disfruto al preparar una historia. No se trata solo de definir sus rasgos físicos, sino también de elaborar su perfil psicológico y, lo más importante, de trazar el arco dramático que los llevará a crecer y cambiar a lo largo de la narrativa. A menudo, los escritores somos almas desfragmentadas que encontramos refugio en cada uno de nuestros personajes, y de ello nace una conexión profunda.

Con el tiempo, he desarrollado tres reglas de oro que guían mi labor como escritor:

1. No criticar.
2. No jugar.
3. No condenar.

Estas reglas son fundamentales porque permiten que mis personajes vivan y piensen sin el peso del juicio externo. Al darles libertad, ellos pueden evolucionar de manera orgánica, lo que se traduce en historias más auténticas y ricas. Vivo a través de mis personajes, y ellos, a su vez, me brindan una perspectiva única sobre la vida.

Por eso, aconsejo a los escritores que están buscando hacerse un espacio en el mundo literario que eviten juzgar y no tengan miedo de las comparaciones entre sus personajes y su propia vida. La preparación de un buen personaje es sinónimo de una correcta conducción de nuestras historias. Cuanto más claros sean los motivos y antecedentes de cada uno de ellos, más nítido será el arco narrativo de la historia que queremos contar.

Recuerda, cada figura que creas es una oportunidad para explorar no solo el mundo que habitan, sino también los confines de la experiencia humana. Al final, escribir es un viaje, y cada personaje que creamos es un guía en esa travesía.